“El sindicalismo se abraza como una causa y se lleva a la práctica por solidaridad y empatía con el otro. La mujer le agrega un profundo sentido de humanidad”
Abrazar la causa del sindicalismo es para toda mujer un fuerte desafío frente a una sociedad que recién está aprendiendo a mirarla desde otra perspectiva y otorgándole la posibilidad de asumir nuevos roles.
Es necesario retomar el verdadero significado del sindicalismo para entender porque la mirada de la mujer puede hacer aportes muy interesantes para enriquecer la gestión sindical, comprender las implicancias personales, sociales y familiares que conlleva ser mujer sindicalista y considerar que esta actividad es un desafío que en profundidad y extensión compromete otros valores y determina una manera de ser y actuar diferentes al resto de las actividades.
“Llamar a las mujeres sexo débil es una calumnia; es la primera injusticia del hombre hacia la mujer”. señalaba Mahatma Gandhi. Esto nos invita a pensar que es urgente rediseñar el contexto donde la actividad sindical estuvo históricamente reservada al hombre, y considerar que la sociedad en general tiene un juicio de valor adverso a la dirigencia sindical y en forma permanente, (algunos medios de comunicación mediante) descalifica al sindicalismo, asociándolo con todo lo que es corrupto e inaceptable. Sin embargo la fortaleza espiritual y moral de la mujer y su profundo sentido de humanidad pueden agregarle otros valores a esta actividad.
En pleno siglo XXI las mujeres han desarrollado condiciones, habilidades y los conocimientos necesarios para gestionar y conducir con solvencia una organización sindical, y han alcanzado todas las capacidades necesarias para luchar por los derechos sociales y humanos de un colectivo laboral. Desaprovechar esta potencialidad es negar la capacidad creadora y transformadora de la mujer en la sociedad.
A nivel mundial las mujeres están atravesando exitosamente una revolución de género y su voz se escucha fuerte y clara a la hora de expresar las urgencias y demandas de todas, reclamando la extensión de sus derechos como principio básico de todo progreso social, sin más objetivos que la igualdad y la dignidad, en un contexto con resabios del viejo y ya obsoleto machismo que omitió, ocultó y subestimó el lugar de la mujer. Es una revolución social transformadora donde la mujer expresa libremente quien es, que quiere y adonde va en la búsqueda de un destino mejor.
Aquellas que eligieron ser dirigentes sindicales están amasadas con el tibio barro de la solidaridad y son capaces de conmoverse por lo que necesita el otro, al que noblemente llaman compañera o compañero; y también son capaces de conmover a muchos cuando levantan su mirada encendida de furia frente a las injusticias y la soberbia de otros.
No hay dudas que transitan un camino arduo, difícil, y que el poder de viejas conductas persiste en algunas organizaciones. No obstante es posible ver a algunas mujeres en puestos de conducción y en otros lugares importantes en los sindicatos. Sin embargo aunque algunas están discutiendo lo que antes solamente discutían a puertas cerradas los hombres, no es suficiente porque sigue v igente una situación estructural desigual.
Aún así muchas han logrado hacerse visibles derribando las viejas consignas de ser relegadas a los lugares menos significativos en una organización y no pocas veces hemos escuchado que los hombres son los pensadores y las mujeres las hacedoras, encargadas de ejecutar sus decisiones en la organización. A las que lograron avanzar a fuerza de empeño y coraje las identificamos porque sus voces derriban barreras históricas en las organizaciones. Esas mujeres aportan en los sindicatos los tan necesarios gestos de contención para con los compañeros más necesitados.
Soy una de esas mujeres que con mucha constancia y a veces masticando el sabor de las lágrimas pude abrirme paso en la dirigencia. Puedo exhibir una larga y positiva trayectoria sindical; he transitando exitosamente los diversos espacios y ámbitos de mi organización. Pude conducirla, gestionarla y retirarme con reconocimiento suficiente. Hoy ya fuera de la actividad en lo formal, observando todas las organizaciones en general, opino que aún faltan más mujeres participando. Que deben ser muchas más en la dirigencia sindical, en los cargos de conducción y de toma de decisiones.
Sumarse a esta actividad es una gran responsabilidad para aquella que sienta el llamado de luchar por la justicia social y el respeto por el otro para desactivar desigualdades e inequidades históricas.
Estoy convencida que los sindicatos en general deberían ser más activos en cuanto a la cuestión de género, la práctica democrática y la práctica participativa, sumando a la mujer y dándole el lugar y la posibilidad de mostrar sus valores.
El Papa Francisco dijo que “varones y mujeres tienen la misma dignidad”. Entonces, porqué no generar mas y mejores condiciones para multiplicar la inclusión de la mujer en la vida sindical, en sus organizaciones e instituciones?. Porqué no facilitar su acceso asegurándoles mayores estímulos personales y familiares que les permitan asumirse como dirigentes?.
La mujer que pertenece a una organización sindical no se aparta de su naturaleza de mujer, por el contrario, puede aportarle todo aquello que invite a muchos a sumarse a un proyecto común que mejore su calidad de vida.